lunes, 22 de noviembre de 2010

LA CASA AZUL


Hubo una vez una casa azul, en la que todo fue muy lindo por un tiempo inesperadamente breve. Por su puerta entramos siendo ya no dos sino tres. H, había decidido amorosamente hacer parte de nuestra diminuta familia. Sería la primera vez que experimentaramos eso de ser una familia ensamblada.

Mi pequeño para ese entonces ya aprendía a liberarse del pañal. Ver a Juan con sus ojos desorbitados, sus piecitos dando saltos y gritando “popopopopopopopopooooo”…”chichichichichichicchi” era muy divertido. Debo reconocer que al comienzo parecía más un ataque de histeria, un verdadero asunto de vida o muerte por lo que debíamos correr a auxiliarlo al baño más cercano. A sus 16 meses ya usaba calzoncillos. Fue un triunfo de los tres. Entre otras muchas cosas cotidianas H yo vimos a Juan Papelito usar su primer uniforme escolar (…y hasta la fecha el último) y salir con su diminuto morral como única compañía en su primera experiencia lejos de nosotros. Era una época de paseos domingueros al rio; de vacaciones al parque Tayrona; de una navidad llena de galletas para los vecinos; de siestas en una enorme hamaca blanca; de cenas con amigos muy queridos

Una mañana de sábado en la casa azul algún asunto, que ya no quiero recordar, borró mi armonía interior. Juan papelito pasaba por ahí, en ese justo momento, cuando yo recostaba mi peso emocional a la pared más cercana y me iba escurriendo hasta llegar al suelo quedando de cuclillas. Llevaba un camioncito amarrado a una cuerda ( aún escucho el sonido de sus rueditas)…yo lo miré, y le regalé una sonrisa que debió parecerle vacía. Inmediatamente se devolvió, se detuvo enfrente de mí y paseó su manita, rellenita, con suavidad por mi rostro…me miró directo a los ojos con una comprensión silenciosa, poderosa, superior; sonrió y sin más continúo con su juego de bebe-niño. Dejándome ahí llena de una paz repentina.

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